La cofradía abstraída (Manuel García Félix)

23/04/2020

A Paco Robles
Hoy, no voy a escoger el camino que conduce a la herida que la Semana Santa nos produce en el alma. Hoy, la memoria, va a elegir el camino que conduce a nosotros mismos. Porque es Jueves Santo y sale Pasión. Aunque no lo parezca y haya signos en el entorno que no nos lo diga. Aunque las tristes circunstancias que estamos viviendo nieguen que así sea. Con el cielo de ruán vuelto ya de luto y en una ciudad que no se reconoce así misma. Hoy, la grandeza de Pasión en la calle y nosotros desangrándonos por las propias heridas que evocamos, escogiendo ese camino que se hace eterno y que no tiene retorno, sino porque siempre vuelve al mundo de alabastro del sentimiento.

Cruzan las calles negros nazarenos de capirotes altivos y de mercedaria seda sobre el antifaz. Se acercan con andar presuroso hasta la promesa cierta de luz que es el templo del Salvador. Y lo hacen pasando por una ciudad que nadie ha pisado, sin goterones de cera sobre el suelo, con apenas azahares en naranjos de ensueños, teñida de negras mantillas que no alcanzamos a ver, o quizá sí. De olores de un incienso que a través de los sentidos se hace imperceptible.

Tú eres uno de esos nazarenos de túnica de ruán, que ahora te llega y conoces desde siempre, como dijo Antonio Burgos en su pregón, y de abacá teñida de amarillo y de cíngulo de austero mercedario calzado. Y llevas de una mano a tu hijo Manuel, esta vez ya de nazareno, como pasa el tiempo. Y de la otra, a tu hijo Curro, su primera vez de monaguillo delante de nuestra Virgen de la Merced. Es el rito y puede que también sea la regla de una cofradía que nunca muere y que permanece en el recuerdo de los que nos precedieron con las mismas túnicas, primero saliendo del convento de la Merced, luego haciéndolo de San Miguel y ahora del Salvador.

En el interior de la vieja Colegiata barroca, te sumerges en ese universo invisible de miradas y en esa creación oculta de silencios ensordecedores que solo lo rompe el éxtasis místico del ¡Perdón oh Dios mío! De las voces sacras que suena a marcha de Pedro Braña. Los destellos de la luz de la tarde, son como los lienzos de Zurbarán repletos de monjes mercedarios pintados al oleo; los del cuadro de Turina en el que Montañés contempla la salida de la portentosa imagen que salió de su gubia; o la callada verdad del objetivo de Daniel Salvador Almeida, dejando la infinita mansedumbre del Señor en la brevedad de una instantánea.

Coges el farol, como siempre, ajado y sin brillo, al mismo tiempo que lo hacen Antonio Martínez Roque, Luís Revilla y Antonio Carvajal, y salís a la plaza acompañando a la Cruz de Guía, como toda la vida, después de abrirse el cerrojo chirriante y lento. Baja la cofradía la atalaya del Salvador como remanso de un tiempo ido, mientras se nota un vacio despoblado de ausencias, porque todos han vuelto. Todos los nazarenos que fueron son ahora hilvanes de luz en los cirios. El cortejo penitente está henchido de túnicas misteriosas. Aquellos cofrades que un día dejaron de existir llegan mansamente al verso desnudo de su cofradía ya desaparecida, pero presentida en el umbral de lo recóndito.

Se desvela la brisa de la tarde a través de los huecos del antifaz, por donde empiezas a mirar un mundo de calles quietas y plazas solitarias. Y todo, en una tarde en la que el sol siempre reluce y nunca se pone, porque es derrotado por otro sol pero de plata vencida de Parasceve, al tiempo que suena el llamador del Señor, y lo hace como un golpe de aldabón sobre un viejo portón de zaguán, avanza lenta la Imagen que fue sacada de la Palabra Pasión, como lo rubricó Paco Robles, y la procesión sigue su senda y camina envuelta en un fanal de leyendas y de nazarenos anónimos con rescoldos deshechos de añoranzas.
Es la breve emoción de un tiempo roto por el crepitar de los cirios blancos encendidos que, chisporrotean las lágrimas imposibles de su cera y que van anunciando que la Virgen está en el dintel de la puerta. Ya viene sobre los pies el poso misericordioso del llanto, en medio de un ámbito abstraído por el recuerdo. El paso de palio de nuestra Virgen de la Merced que, como ha referido Álvaro Recio, es la más completa creación de la Semana Santa de Sevilla. Ya suena, A la Memoria de mi Padre de Font y Fernández de la Herranz, La Soledad de Pedro Morales, Memoria Eterna de Beigbeder o Jueves Santo a Media Noche de Joaquín Turina, con la que se va la noche y se pierde la cofradía en ese sueño imaginado, en el que nadie advirtió del dolor de una ausencia irreparable.

Tú también te irás un día, como se fueron tantos, porque la cofradía seguirá siendo con su implacable austeridad, lo que en modo alguno podrá evitar que haya sangre de mi sangre en nuestra Hermandad de Pasión, como la mejor herencia entretejida en nuestras vidas.

Dejo el farol de Cruz de Guía hasta siempre, y le pido un momento prestado a Rafael Montesinos sus versos, porque en esta noche de Jueves Santo, de lejanas ausencias y de alejados sueños, he escogido la herida que me lleva al camino más corto de mi alma.

Manuel García Félix

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