Cuaresma bajo la nieve
05/03/2018
(Impresiones Cuaresmales de un Hermano de Pasión desde el Principado de Asturias)
Hoy es Miércoles de Ceniza y comienza la Cuaresma, como cada año por estas fechas mi mente y mi alma vuelan hacia el Salvador. Y aunque mi cuerpo físico se encuentre en “Uviéu”, mi corazón y mi alma corretean por los aledaños de la estatua de Martínez Montañés.
Soy sevillano de nacimiento, y de los pocos que pueden decir que nacieron en San Luis. Esa calle que prolongada acaba en el Arco Triunfal de la Macarena. Tuve que salir de Sevilla allá por el año 1.989, y del número 68 de esa calle salí para no volver a residir más.
Desde entonces mis visitas han sido efímeras coincidiendo con vacaciones, Semana Santa, Navidad o algún evento familiar. Soy de esos hispalenses que hicieron la maleta para prosperar laboralmente, para realizar proyectos y volver. Pero la vida con esa lotería azarosa que nos atrapa no ha permitido aún que vuelva a residir en la Ciudad de María Santísima.
Hoy empieza la Cuaresma y desde la ventana veo como cae otra nevada más. Este año desde Reyes nos ha acompañado el manto blanco y aunque dicen que este año está siendo especialmente duro, en esta tierra no es extraño que todo se vuelva blanco como el palio de la Paz cuando sopla el viento del Norte en estos meses invernales.
Aún recuerdo el comentario de algún hermano que se quejaba del frío glacial de Enero durante la última Novena. Yo sonreía y para mis adentros, socarronamente rumiaba: “este fresquito no es nada para lo que me espera en Vetusta (así gustan llamar los ovetenses y nuestro Hermano Mayor a la ciudad de Oviedo)”.
En días como hoy, como cofrade y hermano de Pasión y de los Estudiantes que soy, me entra la morriña de los quinarios, de los triduos, de los conciertos de marchas, exposiciones, de las procesiones claustrales, de los Vía Crucis… Toda vez que en esta tierra adoptiva reciamente católica todo es menos barroco, más austero, sobrio y, claro está, románico. Por algo estamos en la cuna de España, donde se conservan la mayor parte de monumentos prerrománicos de la península ibérica.
Y mi alma se torna al Salvador, porque el Salvador es mi casa. Así lo considero y suelo llamarlo, siempre soy feliz cuando lo piso. Por algo allí me bauticé y en ese otro addendum funerario del Cementerio de San Fernando (anexo del Salvador diría yo) descansan mis padres, abuelos y familiares. Pasión es mi familia y el Salvador su casa.
En Oviedo decir el Salvador es referirse a su Catedral de San Salvador. Allí la peineta de la Giralda se torna dedo gótico en aguja que señala y apunta al cielo. La “Sancta Ovetensis” tiene orígenes románicos como atestigua la Cámara Santa, lugar donde se custodia y venera el Santo Sudario de Ntro. Señor. La mayor parte de su arquitectura así como su bello retablo del Altar Mayor son góticos. Pero aunque la Colegial Hispalense no tenga el rango de Catedral, para mí es el epicentro de todo.
Desde los cristales diviso el humo de los caseríos cercanos y mi quimera los torna chimeneas de la Cartuja que queman incienso como el de barro alfarero que me acompaña junto al ordenador en estos momentos.
El Señor de Pasión en la mesilla, Ntra. Sra. De la Merced junto a una rosa desecada de su palio en el salón y algunos CDs que en días como hoy alivian la distancia que nos separa como bálsamo de la “saudade”.
Me pidió el Hermano Mayor que escribiera mis sensaciones y así lo hago:
Mi primer recuerdo conocido es una imagen en blanco y negro, color sepia diría yo. Voy de la mano de mi padre en pantalón corto y flequillo a lo Marcelino (Marcelino Pan y Vino). El escenario es el Patio de los Naranjos con el fondo de la entrada en nuestra Casa de Hermandad.
Mi infancia se debatió entre los terciopelos y merinos de la familia de mi madre y el austero rúan y esparto de la de mi padre. Me críe jugando en la casa de los abuelos que estaba frente a la mía y tenía un patio sevillano donde tenía su trono, alumbrada por faroles de forja y bajo dosel de cerámica trianera, la Reina de la Esperanza Macarena.
Mi padre me hizo “mamar” mi devoción a los Sagrados Titulares de la Hermandad de Pasión y Angelita siempre en su rincón bajo la escalera me confeccionó, destilando cariño en cada puntada, mi primera túnica para salir de nazareno. Su última Estación, hace ya algunos años, fue siendo mortaja de mi padre.
Jugaba yo a ser nazareno con pasitos hechos con las cajas de cartón de los zapatos y las velas de las tartas de cumpleaños, así crecía hasta que llegó el anhelado momento de salir en Pasión.
Aunque hace ya muchos años que me vestí de nazareno por primera vez en mi vida, lo recuerdo como si fuera ayer. Aquel Jueves Santo ceremoniosamente me acompañó mi padre a su escritorio y de allí sacó de una cajita la medalla de Pasión que él llevaba cuando salía para realizar la Estación de Penitencia. Me la colocó sobre mi cuello y besándome me dijo: ¡ahora te toca a ti!. Desde entonces cada Jueves Santo que visto el rúan aprieto la medalla sobre mi pecho y procuro que mi Estación de Penitencia lleve también presente al que me enseñó donde está mi Padre Eterno.
Los hermanos de Pasión que no viven en Sevilla valoramos mucho más estos momentos porque sabemos que para volver en Semana Santa tenemos que pagar un peaje. El peaje del viaje, sacrificar vacaciones para poder permanecer en Sevilla los días de la Semana Grande e incluso algún año quedarme de guardia hospitalaria en Navidad y/o Año Nuevo para poder vestir de rúan y esparto.
Todos en mi trabajo saben que pueden contar conmigo todo el Año, salvo en la Semana Mayor. Muchos me dicen: “no te cansas de hacer lo mismo, año tras año”, a lo que yo respondo te cansas tú de ver la cara de tu mujer amada, de tu playa favorita o de ese mirador de los Picos de Europa…. Pues Sevilla es todo eso y más, mucho más, en esos días en que el azahar la perfuma y la guardia romana más salerosa y emplumada recorre la calle donde yo nací para entrar en el Pretorio de San Gil.
A mi mente vienen los recuerdos de cuando dormía en San Luis y de niño mi madre me mandaba a la cama. Ya desde estas fechas tan tempranas me acunaba con sonidos de tambores y cornetas. En Cuaresma con los ensayos de la Centuria y en la Semana Santa porque todos los días alguna cofradía cercana dejaba sonar sus sones en la noche.
Ya más mayorcito me vestía con mi amigo “Lolo”, ciñéndonos la túnica, en la casa de la Sastrería Cerezal. Manolo y yo, compañeros de Facultad, teníamos el privilegio de vestirnos en la calle Cuna y cunear hasta el Salvador para luego recorrerla en sentido inverso con nuestra hermandad. Hasta un pregón de Semana Santa Juvenil oyeron aquellos muros. Desde entonces ya éramos apasionados…
Cuando estés leyendo esto, querido hermano estaremos próximos a sacar nuestra papeleta de sitio. Yo ya sé que tengo menos papeletas por sacar que las ya sacadas, usadas y vividas. Por eso le pido al Señor de Pasión Salud para poder acompañarle y volver…. Siempre volver… para estar el Jueves Santo en el Salvador.
Tres jueves hay en el Año que relucen más que el Sol…. Pero este año se me antoja que reluce aún más pues por algo llevamos en nuestro antifaz el escudo mercedario y es el Año Jubilar de la Merced (800 años no es un cumpleaños cualquiera y bien merece recordarlo).
Martín-Salvador Zabala y Morales
Hermano de Pasión
Año Jubilar Mercedario 2.018