Nuestro Padre Jesús de la Pasión
«Lo sacaron para crucificarle, y requisaron a un transeúnte, un cierto Simón de Cirene que venía del campo, el padre de Alejandro y Rufo, para que tomara la cruz». (Mc 15, 21).
Sin duda alguna, la mayor joya que venera la Archicofradía es la sagrada imagen de Nuestro Padre Jesús de la Pasión, que recibe culto en la hornacina principal del altar de plata de la capilla sacramental del Divino Salvador. Hacia 1610-1615, la hermandad debió encargar la hechura de su titular al escultor Juan Martínez Montañés, aunque no se ha encontrado, ni probablemente se halle nunca, documento contractual que acredite su autoría. Si tenemos, por contra, el testimonio contemporáneo del mercedario fray Juan Guerrero afirmando que el Nazareno de Pasión «…es obra de aquel insigne maestro Juan Martínez Montañés, asombro de los siglos presentes y admiración de los por venir…»; afirmación que parece hacer irrefutable que el Señor de Pasión es obra de Montañés, máxime si tenemos en cuenta el enorme predicamento de que gozaba en la Orden mercedaria fray Juan de Salcedo y Sandoval, a la sazón cuñado del escultor, quien pudo servir de intermediario entre éste y la corporación.
Además, desde que Antonio Palomino en 1725 confirmara esta misma atribución, extendiendo incluso la leyenda de que «…el mismo artífice, cuando sacaban esta sagrada imagen en la Semana Santa, salía a encontrarla por diferentes calles, diciendo que era imposible que él hubiese ejecutado tal portento», ningún historiador del arte ha osado desmentirla hasta el presente; antes bien, han añadido argumentos estilísticos e iconográficos que refuerzan la paternidad de Montañés sobre la escultura.
Sobre su cronología, sí sabemos con certeza que la imagen ya estaba conclusa en 1619, pues en enero de ese año el escultor Blas Hernández Bello había concertado un crucificado para el pueblo sevillano de Los Palacios, cuya corona de espinas había de ser «de la materia y hechura de la que tiene el Christo Nazareno de la Cofradía de Pasión dentro de la Merced». Podemos, por tanto, suscribir la autorizada opinión de Hernández Díaz, quien sitúa la ejecución del Nazareno entre 1610 y 1615.
La imagen de Nuestro Padre Jesús de la Pasión es una escultura realizada en madera policromada para vestir, con la cabeza, manos, antebrazos, piernas y pies tallados pormenorizadamente, mientras que los brazos y el torso quedan tan sólo desbastados. Hombros y codos se articulan para permitir la sujeción de los brazos a la cruz. La cabeza del Señor de Pasión nos asombra por su prodigiosa expresión y belleza formal. Nobleza y mansedumbre son dos de los muchos calificativos que podrían aplicarse al soberano rostro de este Nazareno. Las yemas de sus dedos apenas rozan el madero. Su cuerpo describe una suave curvatura, mientras que la cabeza se ladea hacia la derecha, inclinándose dulcemente. El peso de la figura recae sobre la pierna y pie izquierdo, flexionando la rodilla; por su parte, el pie derecho deja al descubierto el calcañal, apoyando en la peana tan sólo el dedo primero.
Hemos de felicitarnos porque, hasta el momento presente, los retoques y restauraciones que hemos documentado no han logrado alterar substancialmente la primigenia morfología de la imagen. Cesáreo Ramos en 1841, Manuel Gutiérrez Reyes y Cano en 1900 y Carlos González de Eiris en 1916, se limitaron a subsanar pequeños desperfectos.
En 1974 fue restaurado por Francisco Peláez del Espino, quien llevó a efecto algunas labores discutibles, como el reencarnado del torso o la introducción de elementos metálicos; estos últimos han sido retirados y sustituidos por espigas de madera en la restauración que le han practicado los hermanos Cruz Solís en 1995, quienes además han reforzado las falanges de algunos dedos, han consolidado el soporte y resanado grietas, y han procedido a la limpieza superficial de la policromía en manos y pies.
Su portentoso rostro, su prodigiosa hechura, y la hondura teológica y reflexiva que desprende el Señor de Pasión, han hecho de esta imagen centro de devoción, alabanza y admiración unánimes en Sevilla, al tiempo que ha inspirado las más hermosas leyendas e historias que se conocen en la ciudad. De entre ellas, destaca la que protagonizó el Arzobispo de Sevilla, D. Antonio Despuig y Dameto, quien, tras rezar largamente ante la imagen del Señor de Pasión, hizo el siguiente comentario para sorpresa de quienes le acompañaban: «Le noto un defecto…»; a lo que concluyó rotundo: «…le falta respirar».