El paso diseñado por Pedro Domínguez y ejecutado por Manuel Gutiérrez-Reyes Cano (1908-1940)
18/08/2024
El 18 de agosto de 1940, un incendio en el almacén donde se guardaba destruyó completamente el paso del Señor de Pasión, que había sido diseñado por Pedro Domínguez López y ejecutado por Manuel Gutiérrez-Reyes Cano.
A continuación reproducimos el artículo de N.H.D. José Roda Peña en el libro «Pasión. Historia y patrimonio artístico»:
“El paso de Manuel Gutiérrez-Reyes Cano”
Deseosos de construir un nuevo paso procesional para la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Pasión, los cofrades reunidos en cabildo general el 8 de abril de 1900 escogieron el dibujo presentado por el escultor Pedro Domínguez López (1861-1900), frente a las propuestas de Emilio Pizarro y Joaquín Andrade, que no prosperaron. En aquella misma sesión capitular se comunicó que, de inmediato, el artista designado elevaría el diseño a escala natural, completándolo con los candelabros que no aparecían reflejados en el proyecto inicial, recibiendo como retribución por este quehacer una suma de 1.000 pesetas. En cuanto a su futura materialización, se acuerda pedir de manera extraoficial informes y valoraciones económicas tanto al propio Domínguez como “a las casas más serias e importantes que se dedican a esta clase de trabajos”, adjudicándose a quien “bajo su firma se comprometa a hacerlo de lo más rico y económico, contando que la dirección de la obra hasta quedar completamente terminada estará a cargo de los Sres. D. Joaquín Díaz y D. Pedro Domínguez”.
Sendos presupuestos emitidos por José Recio y Pedro Domínguez, cercano a las doce mil pesetas el primero y de 13.750 el segundo, y que solo contemplaban los capítulos de carpintería y talla, fueron mostrados en cabildo de 27 de julio, pero a todos los presentes les parecieron demasiado caros. De hecho, a fines de noviembre se constata haberse podido reunir tan solo seis o siete mil pesetas, cuando el coste global del paso se aproximaría a las veinte o veinticinco mil, por lo cual se acordó desistir por el momento de seguir adelante con la empresa. A ello tenemos que unir el fallecimiento de Pedro Domínguez el 25 de diciembre de ese mismo año de 1900, para terminar de enfriar los ánimos.
El mal estado en que se encontraba el paso tallado por Juan Rossy se fue agravando hasta el punto de que en mayo de 1903 se decide reactivar la ejecución de uno nuevo. Al mes siguiente se aprueba un plan económico para poder sufragar su costo, que comenzó a dar tan buenos resultados que el 12 de julio quedó decidida su construcción, abriéndose un concurso “entre los Sres. artistas que quieran tomar parte en él a fin de que dentro del plazo de 15 días presenten presupuestos del costo de la repetida obra”. Al mismo se presentaron los escultores Manuel Gutiérrez Reyes y Emilio Bartolomé Lerma, el ebanista Fernando de Salas, el tallista y dorador Hipólito Rossy y la denominada “Sociedad Decorativa” –con sede en la calle Velarde nº 6 y comandada por Adolfo López Rodríguez, Bernardino Caro, José Clemente y José Lafita Blanco–, dando sus respectivos informes y estimaciones económicas, ateniéndose todos ellos al dibujo original de Pedro Domínguez. En cabildo general celebrado el 2 de agosto de 1903 se acordó por unanimidad “adjudicar la parte de obra referente a carpintería y herrage al Sr. D. Manuel Oñoro en el precio de 4.999 pesetas, la respectiva a talla y escultura al Sr. D. Manuel Gutiérrez Cano (sic) en la cantidad de 10.200 y dejar lo que hacía relación al dorado hasta tanto se efectuasen las dos anteriores”
Manuel Gutiérrez Reyes (1845-1915), que ya contaba con la experiencia previa de haber realizado en 1877 las andas neogóticas del misterio de la Sagrada Lanzada, firmó el contrato de la talla y ornamentación escultórica del paso del Señor de Pasión el 5 de septiembre de 1903. En dicha escritura contractual, el artífice se compromete a entregar terminados los relieves y ángeles que conformaban su programa figurativo el 28 de febrero de 1904, mientras que el labrado del canasto y respiraderos quedaría concluido el 30 de junio de dicho año, fijándose un precio de 10.200 pesetas. Para el seguimiento de los trabajos, la hermandad nombró una comisión asesora de la que formaban parte conocidos artistas locales, como Virgilio Mattoni y los hermanos Joaquín y Gonzalo Bilbao.
La carpintería del paso se concertó el 19 de octubre de 1903 con el ebanista Manuel Oñoro y Cruz, quien se obligó a finalizarla para el 1 de enero de 1904 por la suma estipulada de 4.999 pesetas. Dicha obra comprendía “unas parihuelas de madera de pino rojo clase padrón de las medidas que marca el dibujo trazado por D. Pedro Domínguez con todo el herraje necesario para la mayor solidez de la misma; un canasto y respiraderos de la misma clase de madera, con banquillos para la parihuela y bastidores para adosar todo el maderamen necesario para la talla; un esqueletaje completo con sus entablados y cajillos correspondientes en el centro de dicho canasto para la colocación de las imágenes y formación del monte; una funda de madera para resguardar el canasto en la misma o parecida forma a la que tiene el paso viejo” .
En marzo de 1906, el mayordomo informa de que “estaba terminada la talla del nuevo paso y que precisaba pedir presupuestos para el dorado, acordándose fuese la Junta de Gobierno la que entendiese en este asunto”. Se presentaron varios, por parte de José Gil (4.500 pesetas), Julio Rossy (6.500 pesetas), Fernando de Salas (5.625 pesetas) y Pueyo y Compañía (4.600 pesetas), adjudicándose el trabajo a esta última empresa. con la que se rubricó el pertinente contrato el 1 de agosto de 1906, bajo la exigencia de terminar su labor el 1 de marzo de 1907 y de quedar esta sujeta a la perita supervisión de Joaquín Díaz. Las condiciones técnicas que se pactaron ofrecen precisiones de gran interés: para el aparejo de la madera no se usaría “más que gacela o cola blanca francesa, y yeso mate de la mejor calidad”; el rascado se ejecutaría “a punta de hierro, ligando los sitios que lo requieran”, embolándose a continuación “con bol francés”; el dorado habría de aplicarse “al agua y bruñido, no utilizando la sisa más que en aquellos sitios donde no pueda entrar la polonesa”; solo se colocaría pan de oro francés, “de color anaranjado, del número cuatro de la casa Febrel, de París, y de doble grueso del que ordinariamente se emplea en esta clase de trabajos”.
Lo cierto es que Gutiérrez Reyes incumplió los plazos de entrega estipulados en el ajuste, ralentizando en consecuencia la fase del dorado, de manera que el paso del Señor de Pasión no pudo estrenarse hasta el Jueves Santo de 1908. Un voraz incendio en el almacén donde se guardaba lo destruyó el 18 de agosto de 1940; aun así, se conservan numerosos testimonios literarios y gráficos que permiten su adecuada descripción. La canastilla presentaba un perfil ligeramente convexo en su segmento central, ostentando una labra menuda y calada. Cuatro relieves, inscritos en neobarrocas tarjas, campeaban en el centro de los flancos del canasto, representando el Beso de Judas (frente), la Coronación de espinas (trasera), la Calle de la Amargura (lateral derecho) y Jesús ante Pilatos (lateral izquierdo); en las esquinas figuraban otros cuatro medallones con escudos. Unos y otros quedaban sustentados por parejas y agrupaciones de cuatro o seis angelitos, de los que la Hermandad de Pasión aún conserva ocho –dos de los cuales sujetan el extremo de la cruz del Señor el Jueves Santo–, mientras que otros varios fueron adquiridos por la Hermandad del Gran Poder de Madrid para adornar el paso de su Nazareno.
Las andas comenzaron iluminándose con unos candelabros que fueron tallados en el obrador de Antonio Infante Reina, sito en la calle Conteros. No había pasado ni una década, cuando en julio de 1916 se planteaba en cabildo general la ejecución de unos candelabros nuevos para el paso del Señor. Para el mes de septiembre ya pudieron mostrarse los diseños presentados por Salvador Domínguez Gordillo, Antonio Amián y Austria, Emilio Pizarro y Cruz y Carlos González de Eiris, de los que se descartaron los de estos dos últimos, dejándose los primeros, presupuestados respectivamente en 1.800 y 2.650 pesetas; tras someter el asunto a votación, catorce hermanos se decantaron por el proyecto de Antonio Amián, cinco por el de Domínguez Gordillo y cinco más se abstuvieron, habiéndose tenido en cuenta para la elección, no tanto la entidad del gasto cuanto la mejor armonización de su dibujo con el estilo del paso. El 12 de diciembre de ese año de 1916 se suscribió un único contrato con Antonio Amián –a cuyo cargo correría la dirección de la obra–, el escultor Juan Luis Guerrero y el ya mencionado tallista, escultor y dorador Antonio Infante Reina para la realización de cuatro candelabros, “confeccionados con madera de pino de Flandes de la mejor calidad; llevarán alma de hierro dulce e irán dorados con oro de ley del mejor, una vez tallados”, debiendo entregarse listos para su colocación antes del 15 de marzo de 1917, por el precio previamente pactado de 2.650 pesetas. Todo se cumplió a satisfacción, y aquella Semana Santa de 1917 “el paso de N.P.J. estrenó los cuatro magníficos candelabros, de cuya traza y dibujo es autor el notable artista D. Antonio Amián y que ejecutó bajo su dirección el reputado escultor D. Juan Luis Guerrero, que desgraciadamente no pudo ver su última obra colocada, por haber fallecido víctima de rápida dolencia algunos días antes, y doró y estofó D. Antonio Infante. Dichos candelabros llamaron poderosamente la atención por su originalidad y buen gusto”. Estos se distinguían porque prácticamente alcanzaban la altura de la propia imagen del Señor, sobresaliendo de una amplia base conformada por unos exóticos dragones alados, que todavía se conservan en poder de la hermandad en su sala capitular.
Al cabo de los pocos años, fue calando la opinión de que las dimensiones de estos candelabros resultaban excesivas, restando protagonismo visual en el paso a la efigie del Nazareno, por lo que varios cofrades, en marzo de 1923, expusieron a la mesa de oficiales su propósito de donar cuatro faroles metálicos, habiendo confiado “al artista Don Antonio Amián y Austria, que les ofrecía grandes garantías por su ya reconocida fama, como dibujante y cincelador, el proyecto y su ejecución”.
De inmediato se enseñó uno de los faroles terminados, siendo reputado por los asistentes “como una obra de positivo mérito artístico y de concepción original”, por lo que se aceptó de modo unánime el ofrecimiento, pudiendo lucirlos el paso del Señor ese mismo Jueves Santo.