La recompensa de una vida bella

09/04/2022

Sabemos por ellos que Dios vivo está en el Sagrario, latiendo en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Sabemos por ellos que su rostro más hermoso lo veneramos en la imagen del Señor, junco como el del Salmo plantado al borde de las aguas de plata de su altar que nunca se marchita y da fruto a tiempo. Sabemos por ellos que la historia y el patrimonio que hemos heredado es sagrado no por su valía y belleza, sino por el fin para el que fueron ofrendados. Sabemos por ellos que la ayuda al prójimo es la mejor manera de cumplir el primer mandamiento que nos dictó Jesús de la Pasión.

Tantas cosas, y muchas más, las sabemos por ellos. Todo lo hemos aprendido de ellos. Son los que nos han precedido en la fe en nuestra Hermandad. La mayoría miden su pertenencia a la Archicofradía por décadas, y se cuentan entre las listas de la devoción con un número tan bajo que ninguno supera las decenas. Mantienen la memoria viva de lo que hemos sido y nos la transmiten con esa sevillana sencillez con la que se enseñan las cosas más importantes de la Semana Santa: con miradas, con manos tendidas, con frases cortas y sencillas, con gestos imperceptibles.

En las vísperas del Viernes de Dolores, la Junta de Gobierno quiso que algunos de esos hermanos más antiguos de la Archicofradía, a los que tanto debemos, tuvieran un momento de encuentro cercano, íntimo y silencioso con el Señor al bajarse del altar para su veneración en el umbral de la Semana Santa. Imposible saber si recibieron más ellos o los pocos hermanos que los acompañaban y pudieron vivir el encuentro. Ojos nublados por las lágrimas. Oraciones susurradas. Manos que se tendían, temblorosas, para alcanzar con una caricia su túnica. Peticiones que se lanzaban con el consuelo de que siempre son escuchadas.

Llevan en las arrugas de sus rostros el surco de la fidelidad al Señor. Estos hermanos nuestros, ejemplares hasta en su silencio, nos enseñan que siempre hay que permanecer fiel a la senda que nos marca Jesús de la Pasión. Aunque añoremos, por la pandemia, los besos que no podemos dar en su talón, nos queda la certeza de saber que todo pasa, solo lo eterno permanece. Y que Él siempre está ahí, día tras día, esperando a quienes quieran consagrarle su peregrinar por este mundo. Como han hecho estos hermanos mayores, atando sus vidas al más hermoso y seguro mástil que podemos encontrar.

Una bella ancianidad es la recompensa de una bella vida.

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