La vocación americanista de la histórica hermandad del Jueves Santo en sus orígenes entre los siglos XVI y XVII
La Archicofradía de Pasión, adquirió en sus inicios cierto carácter americanista, de marcado índole militar, cuando todavía no había arribado a la parroquia del Divino Salvador. No olvidemos que, a mediados del siglo XVI, se hallaba fundada ya en el convento «Casa Grande» de la Merced de Sevilla (hoy sede del Museo de Bellas Artes), bajo el nombre de los «Martirios y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo». Precisamente, en 1531, se había fundado en la iglesia de Santiago de Valladolid la cofradía de la Pasión y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que luego tomaría como modelo esta sevillana.
Tiene probada la de aquí su existencia, al menos desde 1549, consagrada a una severa disciplina penitencial, desde el principio de sus días, como así lo enuncia la advocación iniciática. Sus cofrades lucían túnicas blancas, llevaban cubiertos los rostros, y portaban el escapulario de la Merced, con el escudo en el pecho. En 1557 pleiteó con un buen número de cofradías sevillanascon el fin de ser la única que realizase estación penitencial, con disciplinantes, la noche del Jueves Santo.
Aquel mismo año de 1557 cambió de título. Pasó entonces a denominarse «Sagrada Pasión de Nuestro Redentor Jesucristo». Varios oficiales de la hermandad dieron poderes al notario sevillano, don Juan de Bustamante, para que sacase copia de las Reglas de la hermandad de Pasión de la citada ciudad castellana. Si bien, esta de Sevilla, mantendría la particularidad de contar entre sus cofrades con capitanes de barco, marinos y gentes del mar. El Guadalquivir y el monopolio comercial de Sevilla incidieron muy notoriamente en la fisonomía humana de esta corporación penitencial. Muchos de sus miembros estaban vinculados a la Carrera de Indias, y, muy especialmente, al ejército de la Marina española. Un acuerdo adoptado en el acta del cabildocelebrado el 10 de diciembre de 1573, recoge la adjudicación de un poder a: «Pedro Martínez de Oñate, Mateo de Pinelo, José de Vega y al capitán Álvaro de Valdés (deudo de don Pedro Valdés, caballero de Santiago y almirante de la Armada destinada a la guarda de la Carrera y Costas de las Indias occidentales), nuestros hermanos, para que admitan y reciban por cofrades a las personas que quisieren, tanto oficiales como soldados, pertenecientes a los galeones de la Armada que estuvieren en cualquier parte de las Indias».
Sus cofrades quedaron facultados, de este modo, para admitir como hermanos a todas aquellas personas que formasen parte de la Armada española, embarcados en las respectivas flotas que tenían como misión escoltar las embarcaciones mercantes que iban y venían hacia América y Flandes. Aquel mismo año de 1573, la Junta de Pasión confirió otro poder parecido al capitán Esteban de la Sal, factor y proveedor de la Armada que guardaban las embarcaciones del Adelantado, don Pedro Meléndez de Avilés, capitán general de la expedición militar que conquistó las provincias de la Florida (hoy Estados Unidos); así como a Pedro de Haro, maestre del galeón «Santiago el Menor». Pasión les requirió a todos ellos, que admitiesen y recibiesen a las personas que, residentes en las Indias, quisieren ingresar como cofrades, previa observancia cabal de los mandatos de la Regla. Además, el poder añade que los hermanos quedaban «obligados de asentar en libros los nombres de los así recibidos, para que se sepa en esta Hermandad quiénes son, y los que son vivos y muertos, y se pueda cobrar la limosna que dieren por sus entradas, y las donaciones y legados de oro, plata y otras cosas que pertenecieren a la cofradía».
Las muchas gracias e indulgencias que beneficiaban a los cofrades de esta hermandad, atrajeron la atención de un buen número de capitanes y soldados de la Armada asentados en Sevilla, cumpliendo su oficio, como cabecera del comercio colonial con las Indias que fue durante los siglos XVI y XVII, e incluso a otros tantos de fuera de aquí, que conocieron los privilegios de la cofradía en el transcurso de sus travesías hacia el Nuevo Mundo, donde llegó también gracias a la difusión articulada por los mismos frailes de la orden religiosa de la Merced.
En efecto, recibió donativos mediante la Casa de la Contratación de los devotos y cofrades residentes en Nueva España, Agustín de Espinosa, Andrés Candel, Antonio de Montemayor, Cristóbal de Villegas, Diego de Figueredo, Fernando Delbín, Juan de Chávez, Pedro Méndez Santillán o el mismísimo general de la flota, don Juan Escalante de Mendoza, como relaciona don José María Villajos Ruiz.
Celestino López Martínez
La singular cualidad americanista se ocupó de resaltarla este gran documentalista sevillano, nacido en 1886 y bautizado en la parroquia del Salvador, a la luz de diversos documentos que descubrió en distintos Archivos, como el de Protocolos notariales de Sevilla. No pasó desapercibido para este notable investigador, el mérito escultórico del Nazareno titular, atribuido al escultor Martínez Montañés, con gran fundamento científico. Precisamente, Celestino López Martínez, que firmaba muchas veces los documentos que encontraba como CELOMAR, publicó un importante «Estudio documental» sobre Jesús de Pasión en 1939. Varios años después, indagó respecto a la hispanidad de la imagen (1946), e incluso la relación de sus cofrades con la «Gente de mar sevillana» (1947). Estudió el cambio de residencias canónicas de la hermandad, en 1944, y volvió a abordar su vocación americanista en un artículo publicado en la revista «Archivo Hispalense» (1960). En el Archivo Histórico Provincial de Sevilla puede consultarse la colección CELOMAR, integrada por un buen número de documentos que reunió durante sus búsquedas documentales, devueltos a este Archivo entre 1990 y 1994.
Capilla propia en el convento de la Merced
El 30 de enero de 1579, la Comunidad de frailes del convento mercedario de Sevilla adjudicaba a Pasión una capilla propia, donde poder rendir culto a sus sagradas imágenes titulares. La hermandad la recibió con el compromiso de tener que reedificarla a su costa. Un documento relata que: «el dicho monasterio sea obligado a dar y adjudicar la dicha capilla y entierro a la dicha cofradía y hermanos de «la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo», que está residente en el dicho monasterio», y a cambio, la hermandad entregó a doña Francisca de Pineda y sus hijos, 200 ducados. Se trataba de una señora viuda que había recibido una capilla del claustro –que había llegado a emplearse como Sala capitular del propio convento–, tras el fallecimiento de su marido, don Francisco Gutiérrez de Jerez. La concordia de donación de este espacio, que terminó siendo capilla de Pasión, se materializó entre doña Francisca de Pineda y los religiosos de la Merced.
Bajo las naves de aquel gran convento sevillano, se bendijo la portentosa efigie de Jesús Nazareno, antes de 1619, tallada por el genial Martínez Montañés, según la opinión de grandes expertos, y en el mismo espacio religioso que pudieron admirarse también los trabajos pictóricos de don Bartolomé Esteban Murillo.
Le prestaron gran ayuda a Pasión, por los años de 1550, míticos frailes como el maestro fray Pedro de Cardenal, el vicario fray Juan de Castañeda, el comendador fray Juan Pérez de Valenzuela, y fray Juan de Somorrostro, provincial de la orden de la Merced en Castilla, Portugal y provincias de Tierra Firme de Indias.
Los mercedarios y américa
Los frailes mercedarios, cumplieron en el Nuevo Mundo con el encargo de evangelizar aquellas tierras por encomienda de los propios Reyes Católicos, razón por la que supieron situarse en prósperos enclaves americanistas, desde donde ejercitaron su actividad pastoral. El convento sevillano sirvió, en los siglos XVI, XVII y XVIII, como lugar de acogida de las expediciones de misioneros mercedarios que iban a América. La catedral metropolitana hispalense exportó su ritual litúrgico y celebraciones religiosas, como madre y maestra de las fundadas y establecidas en aquel continente. En los virreinatos hispanos arraigaron con fuerza las costumbres y tradiciones sevillanas. Ciudades como Lima, llegaron a ser conocidas como la «Sevilla chica». En otras del antiguo reino del Perú, como Arequipa, se fundaron conventos de la orden de la Merced, en los que también recibieron culto cofradías dedicadas al hermoso título de Pasión.
Enseres americanistas
En el último tercio del siglo XVII, es probable que se labraran las andas del Señor, ricamente repujadas en plata y carey. Así mismo, se tiene constancia de otro paso para la Dolorosa, efectuado en el mismo metal y nácar. Por grandes especialistas en platería, como la profesora María Jesús Sanz, sabemos que ebanistas y plateros sevillanos realizaron grandes trabajos con plata, con el carey proveniente de América. Es posible que, de entre la variada componenda humana de tan dispar procedencia, surgiese la donación de tales preseas. Estas importantes piezas artísticas las conservó la hermandad hasta inicios del siglo XIX. Desaparecieron cuando los invasores extranjeros mantuvieron ocupada la ciudad, en el bienio de la invasión francesa (1810-1812). La soldadesca gala convirtió el convento de la Merced en un cuartel militar, perdiéndose el rastro de estos pasos, así como de otras alhajas, enseres y documentos valiosos. El celo de algunos frailes impidió que se destruyeran las imágenes titulares. Un distinguido cofrade de aquella época fue el historiador sevillano, don Félix González de León, quien hizo mucho también por el retorno de la hermandad de la parroquia de San Julián al monasterio de la Merced, tras la retirada de las tropas francesas.
Comendadora de la Merced
Dentro del convento de la Merced se fundó una hermandad dedicada al título de Nuestra Señora de las Mercedes, en 1584. Se preñó del fervor inmaculista que tanto se extendió en aquella Sevilla del siglo XVII, pues entre sus fines figuraba que «los buenos cristianos se animaran a servir a la Concepción Limpísima de Santa María de las Mercedes». Aquella corporación mariana se unió a la hermandad de la Expiración (la actual hermandad del Museo), aunque luego se separó de ella para fusionarse a la de Pasión, en el año 1772. Entonces, Pasión se encontraba en el templo conventual de la Merced. Al deambular por otras sedes canónicas, la hermandad lo hizo sin esta imagen. De hecho, la talla barroca sedente de esta imagen de gloria se conserva hoy en la capilla de la hermandad del Museo de la plaza del mismo nombre.