«El rey desnudo». Manuel Jesús Roldán
08/01/2019
«Y la vida, que es una semana, o un día, o un instante, sólo tiene sentido con Pasión»
A Fran Silva
¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?
La pregunta del viejo santo de madera ha resonado en el retablo de plata de su espalda y en cada poso de sombras de la capilla sacramental. Antigua colegial. El Salvador es Hijo de Hombre, cansado, preso y maniatado. Pesan las sombras de la cruz imaginada y pesa el tiempo, ayer, hoy y mañana, que el más Justo parece abrazar transitando entre un mar de miradas. En la capilla sacramental está expuesto. Sobre un pedestal, terciopelo y plata, que marca las distancias y une las miradas. Mira que te mira Dios, mira que te está mirando…
En todo amar y servir.
La sentencia de vida ha sido dictada por otro viejo santo de madera que escolta a la Madre, aquella que aguanta el dolor perdiendo la mirada entre un bosque de pilares, de estípites y de rocallas barrocas. El santo parece inspirado en una mascarilla funeraria de siglos pasados. En sus manos un ostensorio, un libro y un lema de vida: Ad Maoirem Gloriam Dei. Santo de una Compañía que en días como hoy contempla la vida de la ciudad en torno al Rey de Reyes. Por Él reinan los reyes del mundo, aunque su reino no sea de este mundo. Y el mundo pulula a su alrededor; lo miran, pero muchos no saben verlo, lo contemplan, pero muchos no lo entienden, lo retratan, pero muchos no saben leer su mirada, lo analizan, pero muchos no entienden el lenguaje de su rostro. En la calle hay prisas y en el interior hay eternidades. En la calle se respiran compras y excesos, y en la capilla sobran hasta las respiraciones. Suena la Pasión según San Mateo y entre las rosas de la pasión revolotean bolsas de corteinglés, chasquidos de móviles y exposiciones de cámaras fotográficas. Susurro contemplativo entre sombras, y miradas al trono que se despega de los mortales. No aguanta la mirada porque carga con las culpas ajenas. Se cierra sobre sí mismo porque carga con el mundo a sus espaldas. Es respuesta para el que interroga, sosiego para el que exclama, silencio para el que grita, bálsamo para el que se duele, consuelo para el afligido, sentido para el sinsentido, paz interior para tanta guerra exterior, belleza en tiempo de fealdades. Ignacio de Loyola y Francisco Javier. Hablan los dos santos de negro en el negro de una capilla que acoge a la Luz de la Luz. Y María, Merced, que lo guarda todo en su corazón.
Cuanto más nuestra alma se despegue de las cosas, más cerca estará de nuestro Creador
El lema jesuita, quizás susurrado por los santos de la Compañía de plata, parece dar alas al Galileo que transita por un mar de sombras. El Salvador son luces y el Salvador es la luz. Luz de luz que sólo saben captar los limpios de corazón. No es cuestión de megapíxeles. Ni de objetivos. Ni de lentes. Ni de exposiciones: sólo de apertura del diafragma del corazón. Viene vestido de majestad y bordado de abundancia para los pobres de espíritu. Como el emperador Heraclio, nadie entrará en su Jerusalén sin haberse desvestido antes de sus riquezas.
Dios no se avergüenza de tu desnudez, podría proclamar. Le rinden pleitesía y besan sus pies de madera. Comentan el bordado de su túnica, la perfección de su cíngulo y hasta el último hilo de oro que se enroca sobre su existencia. Vino a los suyos y no le recibieron. Alaban la apariencia,pero no la esencia. Ven vestido al que va desnudo. Parece revestido, pero no lleva nada. El alma al aire. La mirada al corazón. Las manos a portar culpas ajenas. La eternidad de su paso al frente por la levedad del instante en el que algunos escogidos alcanzan a entenderlo. Son los niños que reinan en este tiempo de niños. Son los jóvenes que se olvidan de las pantallas. Son los adultos que saben callar para escuchar el sístole y el diástole de un corazón de madera. Son las mujeres de la Jerusalén del Sur que se aferran a la vida del que les da la Vida. Son aquellos que alcanzar a entender la desnudez de la Verdad, la sencillez del más complicado de los caminos.
Dios me ama más que yo a mí mismo. Así lo entendió Ignacio de Loyola cuando entendió el todo y la nada. Todo se parece a todo y la nada es la ausencia de todo. Y el que parece tenerlo todo, no tiene nada. Por las calles desfilan reyes de purpurina y magos de fantasía. En el templo, levita un Rey desnudo ante ciegos que no quieren ver más allá. Sólo los limpios de corazón contemplan la desnudez de su alma. No se atreven a proclamarlo, pero el rey está desnudo. Como la Verdad. Porque Él es la verdad. Él es el camino. Él es la vida. Y la vida, que es una semana, o un día, o un instante, sólo tiene sentido con Pasión. En la sombra de una capilla, en día de magos, en día de Reyes,en día que es noche y noche que es día; en día de ilusión, en día de besamanos… Se le ha oído respirar. Vive Dios que Dios vive.